M. Castellano
En este salvaje interregno
entre la esperanza y el desamparo
Lugar donde las almas caminan encorvadas por el peso de las miserias.
Nuestras casas son melancólicas prisiones
Caminar por la ciudad es caminar en medio de un cementerio de gigantes.
Los rascacielos se asemejan a enormes cúmulos de calcio petrificado, secos y sin vida.
Una horda de turbas grises con los corazones deformados por el odio desfilan sobre el duro pavimento
Es desagradable vivir y nadie sabe cómo hacerlo.
Prevalece una sensación de haber olvidado algo muy antiguo pero de suma importancia.
Y aún así, en las profundidades de esta metrópoli desgastada,
Entre la materia en descomposición; las hifas plateadas de la revolución se ramifican.
No necesitan luz, la tiránica y opresora oscuridad les ayuda a crecer.
Los micelios se multiplican,
Esperando una buena lluvia para salir a la superficie.
En vecindarios subterráneos, nuestros corazones insisten en arder como lámparas de queroseno dispuestas a transferir calor a quien sea que quiera unirse a nosotros.
Esperamos la señal,
la hora de empuñar nuestras banderas, el momento de levantar nuestros puños al cielo.
Esperamos aquella
palabra que en un instante iluminará el horizonte
disipando capas y capas de tinieblas, como un relámpago en una tormenta nocturna.
Escuchamos decir:
¡camarada!
y les oprimides nos volvemos
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